Una Suite y un Sillón

A veces el sol palidece tras la ventana. Sergei disfruta con esos días. Las ventanas se empañan y se tiznan de humedad. Mientras, Sophie ensaya en el salón. Su viola inunda con notas la casa señorial perdida en los estrechos bulevares del barrio burgués. A Sergei le encandilan cada uno de los silencios. No se lo confiesa a su mujer, pero la llegada del invierno sobre San Petersburgo le apasiona, más pasarlo con ella.

Son esos días grises los que les terminan soldando a ellos dos. Como no puede salir al porche a fumar se sienta en uno de los sofás y la persigue con la mirada. Es excepcional, nada menos que la concertino de la orquesta filarmónica de San Petersburgo. Sergei que es extremadamente sensible sabe por qué brilla. No es música, es su historia. Sus tormentos, sus miedos, sus luchas... A veces cuando toca se desconcentra y le mira de reojo. Entonces su viola descarga otras sensaciones bien diferentes. Las conoce. Practican sexo en silencio y a distancia. Él sentado, ella improvisando. Los suspiros que perdidos se encuentran en bocas de otros. Los glissandos que rozan sus pantorrillas. Los vibratos que ahora son sus jadeos...

Cuando Sergei piensa que todo aquello son perversiones suyas ella deja el instrumento con sigilo en su estuche. Camina procurando no rozar el suelo. Se sienta a su lado y lo abraza. Justo igual que cuando terminan de llegar al culmen.

Sophie tiene los pies fríos pero el pulso caliente y ágil. Se hace un ovillo sobre Sergei que es grande y le mira a los ojos. Siente una sensación rara en su cuerpo. Temperaturas dispares que le adormecen los músculos.
A sus ojos Sergei es bello. Ella se considera bastante atractiva. Los hombres la consideran así. Pero no le ama por eso, podría tener el rostro deforme o las articulaciones atrofiadas, que le seguiría amando. Lo hace porque le da el equilibro que su vida sola no posee, porque comprende que no puede ser músico si se aleja de la casa de los Afanasev. Si no ve los fantasmas, escucha las voces y los golpes. Si no recuerda los olores de su infancia, sus miedos, la luz tornasol de la biblioteca. Porque sin entender sus locuras, sus manías enfermizas, la quiere y la cuida.

A veces Sophie se ve como una cáscara vacía y odia a Sergei. Lo odia, porque él la ha ocupado, la ha rellenado y dado forma, porque se ha hecho con el espíritu psicótico y tortuoso de solista. Le ha dado nombre, lo ha estudiado y de algún modo, lo ha domesticado y le ha cortado la libertad.

-Si me sueltas pueda que quiera desaparecer.- Le susurra Sophie al oído de Sergei.
-Por eso sé que no lo voy a hacer nunca.


(Mil Retratos para la Familia Afanasiev)

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