Los Ángeles Negros Tienen Alas.

Sophie nunca dejó de tenerle miedo a las paredes que la habían visto crecer. A los fantasmas que habitaban en el eco de sus huellas sobre el parqué. A los mil retratos de su ascendencia que poseía el salón con papel de pared verde botella. Sophie no terminó de perderle el miedo a las camas vacías. Y aunque ahora estuviese con un hombre bueno no podía terminar dejar de temer.

La armadura de la sala de estar sabía los secretos que recorrían aquellas alcobas y pasillo interminables. Las monstruosidades que acontecieron en esta casa durante la infancia de la mujer, que ahora residía en ella con un trémulo pudor. A veces, cuando terminaba de hacer el amor con su marido y él bajaba al porche a fumar, o cuando en medio de la oscuridad una luz se encendía los temores se le ruborizaban en sus mejillas.

Aunque hace décadas de esto, Sophie a veces lo siente como si fuese ayer. Oye los pasos de su padre subir las escaleras y a su madre sollozar en su cuarto. Oye gritos e insultos y después un golpe. Aún teme ese sonido sordo que adoptan las manos de un hombre sobre el cuerpo de una mujer. Aún así, Sophie tapada con el edredón sigue oyendo el panorama, que termina en una súplica.
-Por favor, hoy no me pegues tan fuerte...
Y su padre ebrio solloza con ella y en un acto de infinita bondad se arrima a ella y le acaricia el pelo.

Después Sophie se quedaba a seguir oyendo, el silencio intercalado por unos gemidos que nada tenían que ver con el dolor enjugado. Seguía quedándose a oír en busca de algo que ansiaba, la quietud. Cuando llegaba cerrara los ojos o no, la oscuridad ya la había invadido por completo.


(Mil Retratos para la Familia Afanásiev)

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