La Sin Rostro.

Sergei solo se había acostado con su mujer. Era un hombre bueno. Un gran médico. Un buen poeta aficionado. De esos que eran capaces de asesinar al verso con cuatro palabrotas y después dedicarle la más conmovedora de las elegías. También temía a la casa, no tanto como a su mujer.

El hechizo que Sophie provocaba en él era indescriptible. Acababa cautivado por la energía que desprendía. Ella parecía delicada, pero era una persona peligrosa. Inteligente, cuidadosa y mentalmente desequilibrada. Lo que le gustaba a Sergei es que ella sabía controlar su desequilibrio, lo conocía y lo aceptaba. Lo que no sabía es que oyese voces, que provenían de generaciones pasadas.

Creía que tenía todo bajo control, que lo había podido ver todo. Que su mujer era la misma cuando hacían el amor, cuando tocaba un solo o cuando recorría plácida los largos pasillos verde botella. Pero desconocía lo más peligroso. Sophie mentía y lo hacía tan bien que ni él lo sabía.

Cuando versaba poemas para ella ignoraba que fuesen para uno de sus infinitos retratos, ignoraba que esas fuerzas del pasado la desdibujaran en otra, tal vez en una perturbada, o tal vez en una especial.


(Mil Retratos para la Familia Afanasiev)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

muchas gracias por comentar