Tinta en Papel

Marinè y Vlérk. Los dos marcados con un mismo recuerdo. Follaron demasiado como para olvidarse el uno del otro, ¿amor? ¿quién coño sabrá alguien qué es eso? Ellos menos. A veces en sus penumbras deseaban hacerlo en un segundo. Otras veces querían durar toda una madrugada entera. Nunca a la par. Nunca meciéndose el uno en el otro. No eran paz, eran tormenta, furia...

Marinè tenía escrito en el hueso de su cadera izquierdo, justo por donde tenía la marca de la cinta del bañador, el nombre de Vlérk. Y Vlérk el de Marinè en su nalga derecha por encima. Los dos tatuados pensaban que eran una eternidad, siempre inseparables, pero, ¿quién sabe qué es una eternidad? No hay tiempo suficiente para contarla, para medirla. En sus noches de insomnio los anchos hombros de Vlérk se hacían al diminuto y serpenteante cuerpo de Marinè. Ella con su trenza morena, él con su tez nórdica. Cómo bailaba y susurraba lánguidas curvas el cuerpo de Marinè sobre los brazos de de Vlérk.

A Marinè le hubiera gustado ser bailarina, le susurraba al oído de Vlérk. También le decía que le hubiese gustado que el fuese marinero. Así su fantasía sería más romántica. Tal vez a una historia de marineros que iban y venían, de bailarinas que brillaban, saltaban y caían era más bello. Tan solo así separarse sería justificable, terminar con ese consumir vital de ellos dos era más conciliable. Pero Marinè nunca quiso del todo bailar, tal vez en el baile hubiera perturbado su cuerpo y se hubiera convertido en una chica de alambre. A lo mejor si Vlérk fuese un rudo marinero y no un niño pijo bajo ese halo de chico malo, no se iría con jovencitas si no con putas. Tal vez todo era un pensar de mundos de ratas. Ellos eran afortunados, y aún así, soñaban con ser otros. Y de tanto imaginar, de tanto morir en el último aliento y no disfrutar del primero, de tanto follar, de tanto reír por la boca del otro y no por la suya. El cielo se les cayó encima. Con el peso de cada estrella.

Marinè tatuó más nombres sobre el de Vlérk. Nombres transparentes, de hombres que no se atrevían a tocar su tatuaje. Fueron muchos. En ninguno encontró el amor. Tal vez porque ninguno de los dos estaba hecho para amar. Porque el juego de la sensualidad no alcanzaba a entender las regiones que nunca se les concedería.

A Vlérk le dolió su tatuaje en la nalga. Cuando las demás chicas preguntaban por la otra y él no sabía que responder,le dolió cuando se le cansaron los músculos de contraerse. Intentó borrarlo con fuego, todo en vano. Marine seguía ahí, ahora sin su tilde afrancesada, sin el poco glamour que tenía... Y mintió, habló de madres que se llamaban así, de hermanas muertas, de mujeres que le criaron... Nunca mencionó de la trenza oscura que recorría la espalda de la muchacha. E intentó ocultarlo, escribiendo el nombre de muchas chicas, de tantas que no decidió contarlas. Pero era estúpido. El intento de ambos.

Tal vez era los más cerca que estuvieron de sentir algo por alguien, más allá de lo carnal. Porque cuando jugaban a convertirse en otras personas, en otros siglos, no hacían si no evitar ser lo que eran. Tal vez así naciese un poco de amor, tal vez al escribir el nombre del uno en el otro se sentirían más dentro. Y por más personas que encontraron, por más secretos que contaron en los oídos de otros, nunca pudieron acabar lo que la tinta escribió un día, nunca borraron la huella de los dos corazones de negro, el uno en el otro. De la falsa bailarina para el falso marinero. Triste historia la de ellos. Triste la de la soledad del humano.

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